LA ASPIRACIÓN A LA FELICIDAD Y VIRTUDES

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Entre los distintos modelos éticos, uno de los primeros en establecerse como piedra angular de la ética fue la búsqueda de la virtud. Han sido muchos los filósofos que le han dado a esta un papel principal a nivel ético −y muchos más aún los que la han colocado como pieza indispensable−, pero sin duda alguna fue Aristóteles quien mejor ejemplificó esta visión.


“Si la ética no tuviera ninguna relación con la felicidad, no sé para qué la íbamos a querer”, ha dicho el filósofo español Fernando Savater. Y explica las dos opiniones esenciales que hay sobre esa relación: para Spinoza, la felicidad no es el objetivo de la ética, sino la ética misma, y para Kant, por medio de la ética nos hacemos merecedores de la felicidad. La ética como fin o medio para alcanzar la felicidad.

Aristóteles, en sus grandes obras Ética a Nicómaco y Ética a Eudemo, determina que el fin de toda vida humana no es otro que la felicidad, porque sólo ella es deseada por sí misma. La virtud sería el camino para alcanzar dicha felicidad, pues de su aplicación todo es beneficioso.

Sin embargo –se preguntó el filósofo–, ¿en qué consiste la virtud? “Es la dorada mediocridad”, se responde Aristóteles. El justo medio entre dos extremos, como la valentía, que es el equilibrio entre la cobardía y la temeridad; o la frugalidad, entre la pobreza y el derroche. Para Aristóteles, las virtudes son ejercitadas y alcanzadas mediante la práctica continuada, y a las que hemos de aspirar son estas cinco: la fortaleza, la templanza y la justicia (virtudes éticas, de la parte irracional del alma), por un lado, y la sabiduría y la prudencia (virtudes dianoéticas, de la mente), por otro. 

A esta última le concede Aristóteles un gran valor, pues es la que nos indica el justo medio, un recurso casi invencible para poder reconocer y saber alcanzar las demás.

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